
“Huyendo de toda solemnidad y de toda grandilocuencia, me reconozco también en lo que el oficio tiene de ínfimo y de cotidiano, de algo que se hace cada día y no en momentos excepcionales y de modo siempre menor, con gestos mínimos, modestos, casi desapercibidos, sin espectáculos ni artificios. Y es allí, justamente, donde está su grandeza”
Jorge Larrosa
Ser docente. Hoy, ayer, mañana. Once de septiembre. Conmemoración. Habitar la docencia, ser profesor. Cuando me invitaron a pensar en este texto, me atonté. ¿Qué referir sobre este día? ¿Sarmiento? ¿Pandemia? ¿Rol docente en la coyuntura? Y de pronto, estaba allí. Mi interrogante se despertó adormilado como respuesta (suena ilógico pero mi interrogante fue respuesta) a una experiencia cotidiana: escribir un discurso para el acto en conmemoración a Sarmiento y, por ende, en conmemoración a la figura del maestro. Entonces, hablé del amor. Y, el discurso volvió un tanto cercenado, un poco amputado. Recortado. Burocracia. Incomodidad. Ser docente, hablar sobre el ser docente y hacerlo desde el amor. ¿Por qué incomoda tanto? ¿Por qué se problematiza tanto esta relación bastardeada entre la docencia y el amor?
Pensar en el gesto. Entonces, mi pensamiento fue tejiendo ciertos enunciados de voces cercanas y colegas en los que pareciera transparentarse una resistencia a esta relación. ¿Profesión Docente u Oficio de Profesor (Larrosa)? Pareciera que una invalida a la otra ¿Somos profesionales de la educación o artesanos del aula? ¿Es una o la otra? ¿Por qué?
Validaciones y Valoraciones. Destejamos un poco para ver si Ítaca se vislumbra en el horizonte. Hay un discurso que avala, sustenta o justifica otro, hasta ahora invisibilizado. ¿Cuántas atrocidades se han cometido, en este mundo, en nombre del amor? Seguramente pensamos en esta frase remanida, anquilosada. Mirarla con extrañeza nos ubica en hechos inhumanos (o demasiados humanos) justificados con el sentimiento procesado y exponencial del amor. Qué tiene que ver esto con la educación, se preguntarán.
En nombre del amor que los docentes debemos tener por nuestra tarea se avala cierta representación socio-cultural en torno al ser docente: el gesto de amor del docente ubica nuestra tarea en el plano de la ofrenda, de la dádiva. La entrega por amor equivale a una precarización de la profesión, precarización que se refracta no solo en un salario precoz sino, además y fundamentalmente, en una idea de que docente puede ser cualquiera (mientras el título de… lo habilite), que ser profeso no es tan importante como ser médico, arquitecto o ingeniero, que la docencia es una cuestión de vocación. Entonces, en esta cuestión de vocación (no de profesionalización) cualquier actor social puede opinar cómo hacerlo y serlo. Analogía: pensemos en los periodistas deportivos que, tal vez jamás jugaron al fútbol pero que tienen la autoridad y responsabilidad de decir cómo si, cómo no, cómo debería haber sido, cómo y por qué no fue.
Estos discursos sociales que circulan y configuran el ser profesor también, paradojalmente, se enuncian, repiten, reiteran desde el colectivo docente. Entonces, como dice Larrosa y Rechia, asumimos la tarea desde la profesionalización, desde el gobierno, desde las políticas que articulan la tarea: los núcleos de aprendizajes, los contenidos, las planificaciones, los objetivos, las funciones. Y el acento está puesto en todo lo que no es, en la carencia. La escuela se parece a la privación de la libertad, el aula a una celda. Nos recordamos y repetimos en la obligatoriedad.
Sin embargo, hay pausa. Una pandemia atroz suspende el hábito. Y pareciera ser que la crisis se hace visible: lo que era privado/público transmuta en público/expuesto. Quedamos al descubierto. En vidriera. La virtualidad transformó el hábito por obligación. Y en la pausa, la suspensión, la posibilidad de distanciarnos nos permite reflexionar sobre el aula, sobre la escuela y sobre la docencia (ojo, reflexiones que existían antes de la pandemia pero que, en este contexto, son cargadas de cierto extrañamiento particular que le otorga al objeto de reflexión una distancia necesaria). Ahora, ciertas propuestas se re-significan a la luz de (lo que se ha elegido denominar) la coyuntura.
Karen Rechia, en P de Profesor, junto con Jorge Larrosa, cuestiona el imperativo educativo “Todo cambia” e intenta invalidarlo en “no cambies nada” para que todo sea diferente. Todo cambió. Cambió el tiempo, cambió el espacio. Sin embargo, y pese a las críticas y las controversias, parte del cambio sigue siendo inalterable: los gestos docentes.
El ser profesor, siguiendo a Larrosa y Rechia, se acerca más a lo ínfimo y a lo minúsculo y no tanto a la grandilocuencia. ¿Por qué? Porque allí, en ese artefacto crítico creado por los autores, la docencia es más artesanía, oficio que profesión. Cambio de perspectiva.
¿Cuáles son los modos, las formas, las maneras que prevalecen en la educación aún hoy, aún en aislamiento, aún en distancia, aún en silencio? Somos docentes cuando hay otras y otros que son estudiantes y que nos enseñan a serlo mientras somos. Somos docentes cuando generamos y construimos un espacio compartido, colectivo (aula). Somos docentes cuando gestionamos a artefactos (pocos) para mirar a otros, a otras, a nosotros, a nosotras. Somos docentes cuando amamos el mundo que nos ha tocado y amamos la posibilidad de que ese mundo cambie; cuando ofrecemos ese amor hacia el mundo a las nuevas generaciones y las amamos como sujetos de cambio, en sus potencialidades. Somos docentes, entonces, cuando donamos/ damos clase, cuando volvemos digno el mundo para dárselos a lo que vienen, preparándolos con tiempo para renovar el mundo en común (Larrosa, Rechia, Skliar).
Este ser docente que prepara, que acomoda, que ofrenda. Ese ser docente se aleja de los discursos imperantes, imperativos para volverse aula, escuela. Desde la casa, desde la imposibilidad del gesto cotidiano pero en la repetición de una forma, de un modo, de una manera, desde la forma de estar allí, acá para otros, otras.
El oficio de ser docente. Esa labor de artesanía que se asemeja al tejer: tejer redes entre los estudiantes y el conocimiento, tejer lazos de humanidad y de hospitalidad, tejer interrogantes, tejer espacios de encuentro. Hoy, el espacio para ser docentes está vacío. Las aulas están en silencio. Pero, ser docente también involucra re-invención. Transmutamos el aula a la pantalla. Y, desde la ofrenda de amor, seguimos siendo, seguimos haciendo escuela. Por eso, hoy más que nunca, yo los celebro, queridos compañeros. Porque, además de ser un trabajo, una profesión, la docencia es un acto de amor.
Profesora Ana Sol Victoria de Cara